Recientemente les preguntaron a los bogotanos ¿cuál es el tema que más pesa
en los conflictos entre los vecinos? y la respuesta fue "los excrementos de los
perros", por encima de las basuras y del ruido, que son los otros problemas que
afectan la convivencia.
¡No los perros!, sus excrementos. Y, más
exactamente, el manejo que los dueños de las mascotas les dan a esos
excrementos.
Para el Distrito, la respuesta fue significativa porque trataba
de averiguar cuáles son los asuntos que más problemas generan entre los 7
millones 300 mil de habitantes de Bogotá, y para ello encuestó a 3.500
dirigentes comunitarios, representativos de las veinte localidades de la
ciudad.
Alrededor de 2.100 de los encuestados (el 60 por ciento de total)
aseguraron que el asunto de la caca del perro abandonada en el espacio público
es lo que más afecta la tranquilidad y la convivencia. En una escala de 1 a 100,
pesa entre 80 y 100 en la conflictividad, respondieron. Otros mil y pico
aseguraron que el impacto es entre 60 y 80.
Así que, cuando los
responsables de la encuesta pusieron el tema en el mapa de la ciudad, que tiene
unos cinco mil barrios agrupados en 117 microzonas llamadas Unidades de
Planeación Zonal (UPZ), solo 17 quedaron en blanco. En las otras cien se pintó
un punto rojo.
Pero el asunto no es que el mapa de la ciudad esté teñido
de excrementos, sino que lo estén las calles, los parques y las zonas comunales,
porque los dueños de las mascotas no recogen las heces de sus perros -valga
decirlo, como ocurre en ciudades como Barcelona (España), donde acaban de
emprender una campaña para que la gente salga con la bolsita-.
Y aunque
no todas las personas dueñas de mascotas suelen dejar las 'gracias' de sus
perros en el espacio público, sí son tantas como para generar malestar entre los
vecinos, según la encuesta de marras, realizada por el Centro de Estudio y
Análisis en Convivencia y Seguridad Ciudadana.
En Bogotá hay un perro por
cada once habitantes. ¿Pocos? ¿Muchos? Las cifras suelen ser
relativas.
Lo cierto es que más de siete millones de seres pensantes,
racionales e inteligentes viven en la capital de Colombia, de lejos la ciudad
más poblada y letrada del país. Con una población mayoritariamente estudiada.
¡Hasta los niños de 0 a 5 años! Muchísimos bachilleres, cientos de
universitarios y uno que otro doctor, ¡de los de verdad!
Y con estos
seres privilegiados con la educación y las ventajas de la ciudad conviven
650.000 perros, conocidos por su capacidad de adaptarse a la vida doméstica, ¡y
al hombre!, de quien se dice, es su mejor amigo.
Con esas cifras tan
apabullantes -uno contra 11- y esas diferencias tan abismales -¡la
inteligencia!- ¿a quién se le ocurriría pensar que tener perro en Bogotá pueda
ser motivo de problemas? El sentido común diría que a nadie, con tantos humanos
al mando. Pero claro, el sentido común es el menos común de los sentidos, según
la creencia popular y la práctica cotidiana.
Guillermo Urquijo, el
director de Zoonosis de Bogotá, un centro encargado de recoger los perros de la
calle, por razones de salubridad pública, advierte que "el problema es la
tenencia irresponsable de los perros. La gente no sabe tener sus animales".
Y
no solo porque no recojan los excrementos, no utilicen la correa o el bozal para
sacarlos a la calle y no se preocupen por enseñarles dónde hacer sus necesidades
o aprender cómo manejarlos para tenerlos controlados.
Urquijo recogió en
el 2011 nueve mil perros de las calles de la ciudad. Además de escuálidos,
hambrientos y desnutridos, muchos llegan enfermos, ciegos, con fracturas y con
tumores. Aunque algunos se entregan en adopción y otros son recuperados por sus
dueños porque simplemente estaban extraviados, no son pocos los que están tan
maltratados y enfermos que tienen que ser sacrificados.
Según las cifras
oficiales, 65.000 de los 650.000 perros que hay en la ciudad son vagabundos por
voluntad de sus dueños.
Las cifras son aproximadas, porque desde el 2005
no se ha hecho ningún censo. Ni de humanos ni de perros. Ese año, el Distrito
dijo que en la ciudad había 750.000 perros. Siete años después, asegura que la
población canina bajó en 100.000, gracias a las campañas de esterilización que
se vienen realizando. Al año se hacen unas 30 mil cirugías en la
ciudad.
Constanza Moreno, de la Federación de Protección de Animales,
advierte que la esterilización es una de las principales responsabilidades del
dueño. Pero como falta conciencia sobre ese deber, ella y otros defensores de
animales creen que la población callejera podría estar en 300.000 perros, aunque
tampoco tienen un censo para comprobarlo. Hace un año, el Distrito puso a
funcionar un programa para ponerles un microchip a los animales entregados en
adopción, pero la ciudad está lejos de tener registrados a todos sus perros. Hoy
no llegan a 10.000 los que tienen microchip.
Según las cuentas de
Constanza Moreno, lo usual es que una perra tenga entre 8 y 12 cachorros en una
sola camada y que enfrente tres partos al año. El 80 por ciento son hembras.
Entre mamás, hijas, nietas y biznietas, la descendencia de una sola perra puede
llegar a 600 mil perros, dice ella.
Urquijo y Moreno coinciden en que no
son pocas las personas que botan a la calle camadas enteras (si no son de raza,
claro, de lo contrario las venden) o dejan a su mascota tirada en la calle
cuando descubren que no es un juguete sino un ser vivo que demanda cuidados y
atención. Otros les abren la puerta por las mañanas para que salgan a buscar su
comida y regresen por la noche a cuidar la casa.
"Se convierten en
población canina maltratada, que genera accidentes con los vecinos y peleas
entre perros, por la falta de comida", confirma Urquijo. Y el efecto lo sufren
las personas. El año pasado en la ciudad se presentaron 9.900 mordeduras de
perros (en el 2010 fueron 7.000), es decir, 27 diarias, la mayoría atribuibles a
perros callejeros. "Son accidente provocados por las personas", asegura
Urquijo.
Los defensores de animales saben eso. Pero muchas personas que
no tienen perros, y de paso no los quieren, culpan a los animales de la desidia
de sus dueños. O, simplemente, se cansan de soportar la negligencia de los que
tienen perro y no se ocupan de él y sus necesidades. En el 2011, se reportaron
cuatro casos de envenenamiento. Nunca se comprobó si fueron accidentales o
provocados y, como de costumbre, no hubo responsables. En estos casos no hay
investigaciones.
Ana Francisca Pimentel, una residente del sur de Bogotá,
que desde hace 17 años les da comida a los perros callejeros, ha vivido en carne
propia el conflicto y hasta ha rescatado de la muerte animales que aparecen
envenenados o intoxicados.
Sus vecinos la culpan de los excrementos que
aparecen en la calle, simplemente porque la ven dándoles comida. Ella, que con
los alimentos, siempre lleva la bolsita, responsabiliza a las personas que
tienen perro, pero lo sacan a la calle a rebuscarse la comida y dejar los
excrementos fuera de la casa. "Yo soy la única del barrio que recoge los
excrementos", dice.
Por fortuna para los perros, son muchos los que
reciben más que caridad y mejor trato que algunos humanos. Son como hijos para
sus dueños, que pueden gastar entre uno y dos millones de pesos, solo para
dotarlos de los cuidados básicos: baño, peluquería, ropa especial, alimentación
sana, entrenador y guardería.
El baño y el servicio de peluquería, cada
veinte días, vale entre 20.000 y 30.000 pesos e incluye corte de pelo y de uñas,
limpieza de oídos y cepillado de dientes. Otros, además van al spa, que cuesta
entre 40.000 y 60.000 pesos, y les da derecho a piscina, caminata ecológica y
socialización.
Para estos perros la comida es una prioridad. Sus dueños
gastan entre 50.000 y 300.000 pesos mensuales, dependiendo del tamaño del perro,
sin contar con las galletas y golosinas especiales que les compran para
premiarlos por su buen comportamiento.
Algunos van al colegio o a la
guardería, por 600.000 pesos al mes o tienen un entrenador personal, que los
lleva todos los días a caminar y hacer ejercicio, mientras aprenden a
comportarse entre los humanos. Este servicio puede costar al mes entre 250.000 y
450.000 pesos, dependiendo del carácter del perro.
Alejandro Jiménez es
uno de esos entrenadores que defiende a los perros y a los dueños que les
dedican tiempo y dinero. "Gracias a ellos, personas como yo tenemos trabajo y un
oficio", afirma.
Lo dice porque él, que tiene 25 años y lleva 9 dedicado
a los perros, encontró sentido a su vida y una misión para cumplir, cuando sacó
a caminar al primer perro que le confiaron. Se llamaba Justino y en él se
inspiró para aprender para enseñarles a sus alumnos, cómo él los llama.
A
la hora de enseñarles, no diferencia entre criollos y perros de raza. Todos los
perros pueden aprender a comportarse, asegura. El problema es de temperamento:
hay perros indisciplinados, malcriados, consentidos y agresivos. A muchos, dice,
esa condición se las da el encierro o el trato que reciben de las personas. "Un
perro con hambre hace lo que sea y un perro encerrado está nervioso y ansioso
cuando sale a la calle".
Alejandro defiende a los perros, pero entiende a
quienes se afectan con su temperamento o sus excrementos: "si yo llegó al parque
y me unto de popó, me da rabia, lo mismo si voy caminando y piso excrementos".
"Hay que recoger, hay que ser limpios. Pero no son los perros, son los
dueños".
YOLANDA GÓMEZ - SUBEDITORA BOGOTÁ
fuente: el tiempo.com
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